En Sé una mosca miro con calma esa “normalidad” que se nos vende a todas horas: gente perfecta, casas impecables, sonrisas en serie. Esa postal deja fuera lo cotidiano: la soledad, los cuidados difíciles, las familias que se reordenan, los días torcidos. Cuando compramos la postal, compramos también la promesa de que, con el producto adecuado, entraremos en el club. ¿Quiero decir que hay intereses para que deseemos esa postal? Quiero; y por eso propongo mirar el escaparate con lupa.
La alternativa que propongo es sencilla y exigente a la vez: conocerse de verdad, aceptar límites, aprovechar fortalezas; fijar metas razonables y aprender a detectar y encadenar pequeños momentos de felicidad. Un café a tiempo; una conversación sin móvil; llegar a la cama cansado por lo que sí depende de ti. No es teoría; es práctica diaria.
No reparto sermones. Entre Schopenhauer y el monje que vendió su Ferrani me inclino por el primero; aun así, rescato del segundo una idea práctica: cuidar la mente cambia la forma de caminar por el día. Menos ruido; más criterio. Menos culpa; más responsabilidad.
Sé una mosca no promete la felicidad completa; ofrece un método sincero para vivir con menos teatro y más realidad. Si alguna vez has sentido que todo es una mierda, quizá no lo sea todo; quizá te falte un sitio alto, discreto y tranquilo desde el que mirar y decidir. Yo encontré el mío escribiendo este libro; ojalá te ayude a encontrar el tuyo.
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